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¿Cuánto pesa Susana Giménez?
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¿El hipopótamo de Pumper Nic está vivo?
¿Por qué nuestro Río de la Plata es tan feo y el uruguayo es tan lindo?
¿Cuántos chinos murieron o resultaron heridos en las ceremonias de los JJ.OO. de Beijing?
¿Quién fue el hijo de puta que inventó a Linterna Verde?
¿Por qué nunca salió la segunda parte de Chatrán?
¿Aquaman tomaba agua?
¿Aquaman se bañaba?
viernes, 29 de agosto de 2008
jueves, 7 de agosto de 2008
Miguelito y los emos
Miguelito fue enjuiciado por asesinar a la Presidenta, a las cabezas de las 4 entidades del campo, a 97 diputados, a 22 senadores y a 5 representantes del Grupo Clarín. El juez Schiavo, quien no es el flaco Schiavi ni tampoco Terri Schiavo, decidió que volver a encerrarlo sería un castigo demasiado duro e inútil, y que no ayudaría a Miguelito. Por lo que decidió aplicarle lo que para él era la pena más grave posible: dejarlo libre pero con una tobillera magnética, de esas que están tan de moda en este momento.
Así fue que Miguelito volvió a las calles, siempre acompañado de su “inviolable” tobillera. Como el juicio fue breve, para las vacaciones de invierno nuestro amigo ya circulaba por la Ciudad como Pedro por su casa. Miguelito, quien luego de todo lo vivido en su corta vida ya sabía manejarse mejor que los típicos chicos de su edad en diversas situaciones, solía viajar solo por la Capital Federal para recorrer el zoo, los shoppings y de vez en cuando las plazas. En una de estas excursiones, Miguelito decidió pasar por el Parque Rivadavia. Justamente en ese momento, se desarrollaba allí una reunión de emos. Aproximadamente trescientos de estos subhumanos se encontraban festejando solemnemente vaya uno a saber qué cosa. Miguelito nunca había visto un emo, ya que en San Fernando, donde él vive, casi no hay. Los miró uno por uno lentamente. Recorrió sus tristes caras. Sus excéntricos peinados. Sus negras vestimentas. Su cuidada estética. Y recordó lo que había leído alguna vez sobre los emos. Lo que éstos representaban, que eran una subtribu salida del punk, que eran emocionales, que eran sentimentales. Claro que estos eran distintos. Eran los emos argentinos, o sea, la versión trucha de los emos. No tenían ni una puta idea del idealismo emo. Solo se vestían como tales. Y Miguelito recordó lo que había leído sobre los emos. Y volvió a mirar a los que tenía en frente. Y volvió a recordar, y volvió a mirar y… Ya no aguantó más. Justo pasaba por allí el gordo nazi del Parque Rivadavia, a quien le arrebató las dos pistolas calibre 22 y comenzó a disparar sobre la multitud de emos qué, en lugar de salir corriendo, recibían los disparos con resignación algunos, con alegría otros, mientras que algunos se entristecían por la muerte de sus amigos emos. Esto enfureció aún más a Miguelito, quien fue hasta la Avenida Rivadavia, secuestró un colectivo de la línea 5, subió al Parque y pisó a todos los emos una y otra vez, hasta formar un enorme charco negro emo y rojo sangre, que antes había sido una pacífica pero triste reunión de emos. Finalmente, Miguelito bajó del colectivo, prendió un cigarrillo, lo fumó, y tiro su colilla en el tanque de nafta. La explosión no sólo acabó con los pocos emos que aun se retorcían bajo el colectivo, sino que también voló medio Parque Rivadavia, matando a 6 puesteros que vendían libros y una señora que paseaba un caniche toy llamado Sultán.
Así fue que Miguelito volvió a las calles, siempre acompañado de su “inviolable” tobillera. Como el juicio fue breve, para las vacaciones de invierno nuestro amigo ya circulaba por la Ciudad como Pedro por su casa. Miguelito, quien luego de todo lo vivido en su corta vida ya sabía manejarse mejor que los típicos chicos de su edad en diversas situaciones, solía viajar solo por la Capital Federal para recorrer el zoo, los shoppings y de vez en cuando las plazas. En una de estas excursiones, Miguelito decidió pasar por el Parque Rivadavia. Justamente en ese momento, se desarrollaba allí una reunión de emos. Aproximadamente trescientos de estos subhumanos se encontraban festejando solemnemente vaya uno a saber qué cosa. Miguelito nunca había visto un emo, ya que en San Fernando, donde él vive, casi no hay. Los miró uno por uno lentamente. Recorrió sus tristes caras. Sus excéntricos peinados. Sus negras vestimentas. Su cuidada estética. Y recordó lo que había leído alguna vez sobre los emos. Lo que éstos representaban, que eran una subtribu salida del punk, que eran emocionales, que eran sentimentales. Claro que estos eran distintos. Eran los emos argentinos, o sea, la versión trucha de los emos. No tenían ni una puta idea del idealismo emo. Solo se vestían como tales. Y Miguelito recordó lo que había leído sobre los emos. Y volvió a mirar a los que tenía en frente. Y volvió a recordar, y volvió a mirar y… Ya no aguantó más. Justo pasaba por allí el gordo nazi del Parque Rivadavia, a quien le arrebató las dos pistolas calibre 22 y comenzó a disparar sobre la multitud de emos qué, en lugar de salir corriendo, recibían los disparos con resignación algunos, con alegría otros, mientras que algunos se entristecían por la muerte de sus amigos emos. Esto enfureció aún más a Miguelito, quien fue hasta la Avenida Rivadavia, secuestró un colectivo de la línea 5, subió al Parque y pisó a todos los emos una y otra vez, hasta formar un enorme charco negro emo y rojo sangre, que antes había sido una pacífica pero triste reunión de emos. Finalmente, Miguelito bajó del colectivo, prendió un cigarrillo, lo fumó, y tiro su colilla en el tanque de nafta. La explosión no sólo acabó con los pocos emos que aun se retorcían bajo el colectivo, sino que también voló medio Parque Rivadavia, matando a 6 puesteros que vendían libros y una señora que paseaba un caniche toy llamado Sultán.
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